CRÉDITO FOTOGRÁFICO : Florian Touzet
Aurore Bonami, natural de Marsella, creció entre sabores mediterráneos, donde la cocina sencilla y generosa está ligada a historias de familia y de momentos compartidos. Tras una trayectoria dividida entre la fotografía y la gastronomía, ha sabido combinar sus dos pasiones para explorar la transformación de la materia, ya sean ingredientes o imágenes. Esta chef residente multiplica sus colaboraciones y encuentros, y se inspira en los productos locales y el savoir-faire artesanal.
Aurore Bonami, que estará en Sessùn Alma (Marsella) hasta mayo, invita a descubrir una cocina anclada a la tierra, donde las texturas, los recuerdos y los productos de temporada componen una sinfonía exquisita y sincera.
¿Cómo han influenciado la fotografía y la cocina en tu forma de crear? ¿Hay un vínculo entre estos dos universos?
Diría que me guío por mi instinto para transformar una materia existente. Cuando fotografío, utilizo mi cámara para metamorfosear lo que veo y contar una historia. En la cocina, de manera muy similar, utilizo herramientas y técnicas para transformar productos brutos en un plato que evoca una historia o un recuerdo. Esta idea de transformación representa para mí el vínculo fundamental entre todas las prácticas artísticas, ya se trate de las imágenes o de la cocina.
Las residencias de cocina son un fenómeno viral en la actualidad. ¿Qué piensas de ellas y qué te aporta como chef?
Me gusta mucho este formato porque ofrece una gran libertad. Permite que los chefs jóvenes prueben este oficio tan difícil, pero al mismo tiempo están respaldados por un equipo y un lugar consagrados, algo que considero un lujo. Por mi parte, me da la oportunidad de instalarme, durante un cierto tiempo, en una cocina en la que puedo concentrarme en la manera de traducir mis ideas y compartirlas con quienes forman parte de la vida del restaurante: los habitantes del barrio, los asiduos, los curiosos, pero también mis amigos y mis seres queridos, que veo de vez en cuando cada vez que hago una estancia. Si este formato tiene una acogida tan buena en la actualidad, es porque es beneficioso para los restaurantes: aporta una dinámica constante de novedad y renovación en un lugar en el que la rutina y la presión cotidiana pueden convertirse rápidamente en algo asfixiante.
¿Qué papel juegan las texturas en tu cocina? ¿Tu vínculo con el Mediterráneo influencia la manera en la que trabajas los productos?
Completamente. En la actualidad, me doy cuenta de la suerte que he tenido. Más allá del buen tiempo y de la cercanía con el mar, de haber crecido en esta región mediterránea en la que tantos productos increíbles son accesibles todo el año. Cada estación está marcada por recuerdos deliciosos: los cítricos en invierno; los guisantes frescos, los espárragos y las habas en primavera; el olor de los higos y las frutas azucaradas y jugosas en verano; y los últimos tomates junto con las castañas calientes en otoño. Estos recuerdos también evocan texturas: esponjoso en invierno, crujiente en primavera, ligero en verano.
Diría que la cocina mediterránea es mi principal fuente de inspiración. Se distingue por una mezcla de culturas que coexisten y se intercambian, y dan vida a una cocina en la que los sabores y los savoir-faire se enriquecen entre sí.
Marsella y su región tienen una identidad fuerte. ¿Cómo te apropias de esta tierra y qué esperas transmitir a través de tus platos?
Adoro Marsella. La energía y el alma de esta ciudad pueden encontrarse en platos que me recuerdan a mi infancia. He pasado muchos domingos en familia, sobre todo en Belle-de-Mai, donde vivía mi abuela. Recuerdo taparme la nariz cuando cruzaba la cocina y había callos, los rituales del camión de pizza para pedirme una de dos mitades, la crema chantilly densa de la zona, y los erizos de mar servidos durante el aperitivo.
La cocina marsellesa me inspira por su sencillez, sus sabores patentes y generosos, y la idea de compartir. Para mí, es la definición de un buen plato y de un buen momento. Espero transportar esta sinceridad a mis creaciones culinarias.
Sessùn Alma está muy anclada al territorio. ¿Cómo percibes esta oportunidad de poder interpretar esta tierra a través de tu cocina?
Doy mucha importancia a trabajar con productos y productores locales, y aprecio que en Sessùn Alma este sea un valor compartido. Mi objetivo es poner de relieve el trabajo de los artesanos y de los productores locales a través de mi cocina. El apoyo que Sessùn aporta a estos artesanos, ya sea en la cocina o a través de las selecciones propuestas en la boutique, me resulta especialmente inspirador.
Para mí, es una oportunidad de reforzar mi compromiso con una cocina local y respetuosa, que sabe valorar el savoir-faire de estas mujeres y hombres que trabajan la tierra cerca de nosotros.
Cuando imaginas un plato, ¿por dónde comienzas? ¿Un ingrediente, una textura, un recuerdo?
Ir al mercado suele ser mi punto de partida. Ver los colores y la disposición de los puestos me inspira muchísimo. Me gusta la idea de que se creen asociaciones de forma natural si seguimos las estaciones y los colores. El mercado también es la ocasión de conversar con los productores sobre sus productos y recetas.
En este momento, trabajo en un proyecto para crear un libro que reúne todas estas recetas en colaboración con otra fotógrafa, Pauline Gouablin. Este proyecto editorial, que nos ha llevado mucho trabajo, es para mí la ocasión de ir más allá y de poner de relieve todos los savoir-faire que existen en el mundo agrícola. Este proyecto se concentra en los gestos que se transmiten desde hace varias generaciones y que tienden a desaparecer de cara a la industrialización. Nutrirse y cocinar siendo consciente del trabajo que implica, denota que cada producto es preciado y que es importante utilizar cada ingrediente y trabajarlo de la cabeza a los pies, como hacían nuestros abuelos. Este valor dado a cada producto utilizado suele darme la clave para crear un plato y realizar variaciones a partir de un solo y único ingrediente.
¿Cuáles son los ingredientes o productos locales que te inspiran sobre todo en este momento?
Estamos en pleno invierno, un periodo un poco difícil para los cultivos, pero me gusta la manera en la que la naturaleza nos ofrece los cítricos para poner una nota alegre a la temporada. He tenido la suerte de trabajar en Lemon Story, en la región francesa de Var, donde se cultivan cítricos únicos, como el yuzu, la mano de buda o el caviar cítrico. Estas frutas fascinan por sus sabores y sus diversos perfumes. He desarrollado técnicas para conservar estos cítricos durante todo el año, ya que suelen aportar el toque mágico a un plato o a un postre gracias a su acidez, perfume o amargor.
Si tuvieras que resumir tu estancia en Sessùn Alma, ¿qué te gustaría que la gente recordara de tu paso por aquí?
Espero que esta vuelta a Marsella sea la ocasión de valorar los recuerdos de los platos cocinados por mi madre y mi abuela, y de retomar el placer por la cocina. Deseo que las personas que vengan a comer a Sessùn Alma se vayan con el recuerdo de un plato que les ha emocionado por sus sabores y texturas. También me gustaría que tuvieran, a través de mi cocina, un recuerdo culinario importante, que vuelvan a vivir momentos de alegría gracias a sus papilas.
Descubre el look de Aurore Bonami