Encuentros hermosos

Marion Graux

Miércoles 9 febrero 2022

FOTOGRAFÍAS : TIMOTHÉE CHAMBOVET

De su infancia, Marion Graux ha conservado el gusto por las mesas festivas, el deseo de realizar los preparativos, el júbilo de poder elegir las diversas lozas o los platos en los que familia y amigos compartirán alegremente una cena o almuerzo. Estos rituales acabaron llevándola a la cerámica, disciplina aprehendida por Marion por su punto de vista práctico. En el pueblo de sus vacaciones estivales, en el departamento francés de Drôme provenzal, se formó junto con alfareros del campo. Un aprendizaje rural en el que priman el rigor y la humildad, sin olvidar la emoción. Sus creaciones destilan unos valores y unos gestos que han sabido seducir rápidamente a chefs de todos los rincones. Un encuentro con Marion en su taller parisino.

La cerámica entró en tu vida hace 12 años, ¿de qué manera se ha impuesto?
El camino ha sido, sin duda alguna, un poco sinuoso: primero cursé estudios de dibujo y moda, pero no tenía una técnica de dibujo lo suficientemente académica, lo que me impedía trasladar correctamente mis ideas. Así que mis primeras experiencias en el mundo laboral giraron en torno al estilismo y la redacción para la prensa especializada, sobre todo en la revista Elle. Luego colaboré con la boutique Merci durante su apertura, en los comienzos del proyecto. Pero de nuevo, sentía que no era mi lugar. Mi forma de trabajar siempre ha estado enfocada en la búsqueda del lugar en el que nos sentimos bien, en el que sentimos que está hecho para nosotros. Al final, acabé descubriendo en Dieulefit, un pueblo alfarero del departamento francés de Drôme provenzal, la cerámica y la vida en el taller: me di cuenta de que esta era la vía que quería seguir. Constituía a la vez una elección de mi oficio y una elección de mi modo de vida. La cerámica impone un ritmo muy atractivo en el que se embarca a toda la familia. También es un trabajo duro, muy físico. Sin olvidar la incertitud que hay que aceptar, la inexperiencia que se debe dominar y la gran paciencia que se necesita tener.
Tus inicios estuvieron marcados por colaboraciones con el mundo de la restauración ?
Una vez que me decanté por la cerámica, la vajilla se impuso como algo obvio. Y es que estoy muy vinculada a la comida, casi que me siento más unida al mundo de los alimentos que de la artesanía. Me encanta la idea de participar y pensar en las comidas. La formación rural que seguí en Dieulefit me ha anclado a esta práctica tan humilde de la alfarería de campo, que consiste simplemente en fabricar un plato que perdure en el tiempo, a crear un objeto modesto que exista por su funcionalidad y que sea bonito por el gesto, repetido y dominado, que le da forma.
¿Hay alguna colaboración que te haya marcado o consolidado especialmente en esta vía?
Nada en particular. La verdad es que me lo paso muy bien trabajando con chefs, sobre todo con mujeres, que abundan menos en la profesión. Me gusta apoyarlas.
Tu taller se encuentra en el 9º distrito de París, y está pegado a tu apartamento. ¿Cómo se organiza esta vida de taller con la que soñabas?
Hace tres años, descubrimos este espacio que era antaño una tienda de flores. El flechazo llegó enseguida, pues el lugar se prestaba fácilmente a su transformación en un taller, con un gran mostrador, bandejas de flores y una tarima alicatada. Detrás de la boutique se encontraba el apartamento que renovamos y al que le dimos un aspecto de casa de campo, con un suelo de madera. Para mí, era ideal. Por las mañanas, después de ocuparme de los niños, comienzo mi día de ceramista a las 9. Lo primero que hago es encender el horno para ganar tiempo y respetar las entregas. Después, pongo en el torno todo lo que he modelado el día anterior para que la tierra no esté demasiado seca. Luego, modelo nuevas piezas o hago esmaltes que coceré en el fuego al día siguiente. Evidentemente, entre una cosa y otra, tengo que hacerme cargo de las reuniones con los clientes, los embalajes, los envíos, el tema administrativo...
¿Qué tierras podemos encontrar en tu taller?
Se trata de una mezcla de arcillas, procedentes sobre todo de la Borgoña. Utilizo las mismas tres tierras desde hace unos años, y solo trabajo con ellas. Tener el menor número de materiales posibles para poder conocerlos y controlarlos lo mejor que pueda y variarlos al máximo con los esmaltes es una elección completamente deliberada.
Como madre de tres hijos, ¿qué importancia tiene para ti la transmisión de esta práctica?
Creo que adapto la práctica de la cerámica a mis hijos, que amplío su espectro para transmitir más bien un estado de ánimo que un savoir-faire técnico, para dar ganas de trabajar con las manos, de fabricar uno mismo las cosas, con conciencia, placer, implicación y aplicación. De hecho, como estoy muy implicada en las artes plásticas, propongo, por ejemplo, actividades de pintura a mis hijos cada fin de semana. Les enseño siempre, a través de estas actividades creativas, a dejarse guiar por la intuición, la desenvoltura y el placer, y no necesariamente por la idea del resultado o la seducción, llevado por la típica pregunta de: «¿te gusta, mamá?». En su lugar, intento sustituir estas interrogaciones por: «¿Te has divertido? ¿Qué piensas de lo que has hecho? ¿Te ha gustado hacer este dibujo?» Así, se nos abre un gran terreno de juego.

La pieza que has diseñado para la tarjeta blanca ''Floraison Créative'' de Sessùn dice precisamente algo sobre la vida familiar, ¿cómo la has imaginado?

He pensado en esta obra como un retrato familiar de cinco piezas en bajorrelieve con la intención principal de evocar o representar el equilibrio de las diferentes personas de mi familia. La idea era cuestionar cómo nos yuxtaponemos manteniendo un posible equilibrio (me río para mis adentros porque este es realmente mi tema de todos los días). De este modo, he representado y simbolizado mi propia representación de cada uno de nosotros con formas y colores: Constantino, nuestros tres hijos y yo. 

Al final, ¿cómo se ha desarrollado la producción de esta obra? 

Ya en la primera cocción tuve la impresión de que lo que me había parecido el primer arreglo no era quizás el más acertado. Así que me pregunté si no había otra forma de situarnos en relación con los demás, también en nuestra vida cotidiana, y entonces llegué a la conclusión de que lo interesante era que estas piezas no estaban grabadas en piedra, que su disposición podía cambiar según los deseos y estados de ánimo de cada uno, y esta movilidad podía ser incluso una solución en sí misma.

Luego, en la fase de coloreado, una pieza no salió como yo quería y otra -supuestamente para presentarme- salió del horno rota. Rehice las dos por seguridad, pero quise quedarme con la que me representaba con su grieta. 

Luego, al ver el conjunto, me apetecía añadir otro bajorrelieve, que cambia la narrativa del proyecto y cuestiona el papel de este nuevo elemento: ¿quizás un ser fantasmal, que ya no está, en el seno de esta familia?

¿Qué recuerdas de este proyecto de tarjeta blanca?

El proceso de creación de esta pieza y los altibajos con los que he tenido que lidiar muestran hasta qué punto la estética influye en la mente y en la historia que nos hemos contado. Todo ello se mezcla. ¡Me resulta muy agradable no dominar por completo la historia y dejar que la idea inicial se desarrolle con cosas que no habíamos visto venir necesariamente!

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