Crédito de las fotos: Anna Leonte Loron
Piezas de cerámica esculturales o prácticas, colaboraciones con artesanos, recopilación de exposiciones... Son muchos los proyectos que nutren la firma MANO MANI, fundada por Julie Boucherat en 2019 en el País Vasco. Procedente de una familia de artistas y artesanos, esta autodidacta se inspira en el savoir-faire japonés tradicional como arte moderno. Para la exposición «Floraison Créative» de Sessùn Alma, ha imaginado una pieza de cerámica única, entrañable y orgánica, con la que nos gustaría convivir todos los días, como si de un animal de compañía se tratase.
¿Cómo nació MANO MANI?
Tras haber trabajado como periodista en el ámbito del diseño durante 7 años en París, decidí volver a mis orígenes, a la tierra, un material vivo en el que me inicié muy pronto guiada por mi madre, que también es ceramista. En 2016 decidí consagrarme plenamente a esta práctica. Poco tiempo después, el nacimiento de mi hija Mao aceleró todo, y mi pareja François y yo decidimos instalarnos en el País Vasco francés. Como nizarda de origen corso, necesitaba irme de París para vivir al ritmo natural de las estaciones, entre montañas y océano, y así nació MANO MANI en 2019. Esta firma libre e independiente, una mezcla de arte y artesanía, me permite congregar todo lo que me estimula, sin límites ni calendario: la cerámica, evidentemente, pero también las colaboraciones con artesanos que dan vida a savoir-faires ancestrales, como es el caso de las alpargatas MANO MANI, o «Biodifformité», una exposición colectiva que produje y organicé en septiembre de 2021, y en la que participé como artista, junto a Kethevane Cellard y Paola Rodriguez.
¿Cómo es tu taller y qué lo hace único?
Mi taller es sencillo, pequeño y modesto. Me va a la perfección. Me encanta recoger ramas de árboles, ponerlas en suspensión sobre mi espacio de trabajo y observar cómo evolucionan a lo largo de los días. No tengo agua corriente y, aunque no lo parezca, esto es una suerte. Lo que podría parecer un problema ha acabado transmitiéndome fuerza: trabajo con diferentes bancos de agua, es muy ecológico y estoy muy orgullosa.
Mi taller se encuentra en Pioche Projects, un espacio de arte alternativo instalado en un gran local industrial en la zona de Bibi (Beau Rivage, en Biarritz), un antiguo barrio de pescadores situado junto a la famosa Côte des Basques. Allí organizamos exposiciones, clases magistrales y conciertos para dar vida al lugar y al barrio, y eso es único.
Has crecido en una familia de artistas y artesanos, así que has podido experimentar con la vida en el taller desde muy joven. ¿Qué recuerdos retienes?
Pasé mucho tiempo en el taller compartido de mi madre. Me acuerdo de todo: los olores, los panes de Terre Neuve de los que me gustaba servirme un buen trozo, las piezas que se secaban sobre el plástico, como fantasmas. En aquella época, ya me gustaba fabricar pequeños accesorios para la cocina. Recuerdo aquel portacuchillos que hice para Navidad.
Del lado materno, mi abuela era costurera y mi abuelo tapizador y decorador. Vivían en una casa muy grande en un bosque de los Vosgos. El taller de mi abuelo estaba instalado en una casita al fondo del jardín. Me encantaba pasar el tiempo cuando estaba vacío: de la oscuridad emanaba un olor a cera, y las carcasas de los muebles antiguos se entremezclaban con los tejidos empolvados y las máquinas grandes. Me gustaba mucho rebuscar entre todas las cosas de mi abuela y meter los dedos en las cajas de botones, tenía la impresión de encontrar grandes tesoros.
Del lado paterno, en Córcega, mi abuelo Denis era anticuario y vendedor de antigüedades. Me acuerdo muy bien de su boutique con artículos maravillosos: había un pequeño patio adyacente con una gran higuera plantada en medio. En verano íbamos a recoger higos, y eran enormes, con una piel de color malva y una pulpa roja. Son los mejores que he comido, siempre me acordaré.
Tus inspiraciones son variadas, ¿de dónde proceden?
A bote pronto, diría que me encanta el Arte Povera, un movimiento artístico italiano de los años sesenta. Me quedo boquiabierta ante el trabajo del escultor vasco Eduardo Chillida, cuya fundación «Chillida Leku», en el sur del País Vasco, hay que visitar al menos una vez en la vida. También me gustan, sin orden de preferencia: Joan Miró, Pierrette Bloch, Koshiro Onchi, Sheila Hicks, Frida Kahlo, Martin Margiela, Pablo Picasso, Louise Bourgeois, Valentine Schlegel, la familia Giacometti, Bernard Leach, Lucie Rie, Giorgio Morandi, Amédée Ozenfant... y muchos otros. Me interesa la artesanía en general, y el savoir-faire japonés en particular: la cerámica, obviamente, pero también el bordado, el trabajo de la madera, la cestería, el tejido... Si pudiera, aprendería de todo. La poesía de un objeto sencillo y doméstico también me inspira mucho: un cepillo, un cesto, una cuchara... La inspiración está en todas partes, en la naturaleza que nos rodea, pero también en la herencia de civilizaciones pasadas. Me siento muy vinculada a las leyendas, al simbolismo y a las tradiciones. Por eso me he instalado en el País Vasco.
¿Por qué elegiste el modelaje como técnica principal?
Me gustan los errores, las irregularidades, las curvas y las formas orgánicas. Soy totalmente autodidacta: necesito probar, experimentar y buscar para acabar encontrando. Me gusta ser capaz de controlar toda la cadena para comprender lo que hago y obtener lo que quiero. Necesito tiempo, reflexiono mucho antes de modelar, pero una vez delante del material, dejo que me guíe y que retome un poco el control. La arcilla juega un papel importante en la decisión y la orientación, me encanta aprender a escucharla y seguirla.
¿Qué lugar ocupa la búsqueda creativa y la experimentación en tu práctica?
En el taller, todo comienza con una fase experimental: puede tratarse de investigaciones sobre un nuevo repertorio de formas; o bien sobre una técnica en particular que luego declino en diversos tipos de piezas; o incluso búsquedas sobre el material, con experimentaciones con nuevas arcillas, el tratamiento y las pruebas realizadas a partir de arcilla silvestre que recopilo durante mis diversos viajes; o por qué no, las investigaciones sobre el color, con el desarrollo de nuevos esmaltes o barnices que me permiten crear mi paleta personal con tonos naturales y acabados mate, mi sello distintivo.
Una vez llevadas a cabo las fases experimentales, determino qué piezas voy a modelar. Puede ser tanto un objeto de arte sofisticado como una simple taza. En todas mis piezas utilizo gres chamotado de color blanco marfil, negro, rojizo o burdeos. Me gusta que el color natural del gres se deje ver en cada una de mis piezas.
En resumen: una de las cosas más importantes para mí es la textura, el carácter bruto de una pieza. Me resulta esencial notar y sentir el material cuando se sostiene un objeto de cerámica entre las manos, para poder sentir una conexión, como un ritual.
Háblanos de la pieza que has diseñado para la colección Floraison Créative de Sessùn.
Mi Frasco de compañía es el resultado de una reflexión sobre la cerámica doméstica, o cómo crear una pieza entrañable con la que tengamos ganas de vivir, de compartir el mismo entorno de vida. Y así nació la idea de la cerámica de compañía, un guiño al animal de compañía. Es muy orgánica, casi la podemos ver respirar. Su caparazón, una mezcla entre las escamas de un pangolín hecho una bolita y el plumaje negro salpicado de motas blancas de una pintada africana, aparecen como una segunda piel. El objetivo de esta pieza es estimular el imaginario. Además, mi «Frasco de compañía» es la continuidad de una experimentación tipológica, pues trabajo en una serie de frascos que creo que pueden contener preciados elixires. He modelado más de una veintena estos últimos meses. Esta gran pieza es una representación desproporcionada de mis frascos clásicos, que revolucionan la noción de escala.
¿Qué retienes de esta experiencia?
Una carta blanca es aquello con lo que un(a) artista siempre ha soñado: es dar vida a nuestras reflexiones originales y tener la oportunidad de compartirlas en público.
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