Lorraine Grouvel

El punto de partida son los viajes. Mi abuela trajo hace tiempo vasijas de arcilla iraníes, las cuales marcaron mi infancia. Cuando era estudiante, en cuanto podía, me iba lejos y siempre acababa haciéndome con piezas de artesanía.  En 2010, visité por primera vez un taller de cerámica en Uzbekistán y la idea se me quedó en la cabeza. Más tarde, en 2013, me instalé en Montreal y empecé a formarme. La idea de fabricar yo misma mis propios objetos se convirtió rápidamente en una obsesión.  En esta época, descubrí el movimiento Arts and Crafts, una nueva generación de artesanos ceramistas anglosajones aportaba algo nuevo y creativo a este material, con una práctica intuitiva y espontánea. Era inspirador. Hay algo mágico en la cerámica: el trabajo de la materia, la alquimia, el abanico de posibilidades, pero también la vuelta a lo sencillo y lo tranquilo, a la humildad.

Son variadas, evidentemente: la Antigüedad y la arqueología me fascinan, la naturaleza, las artes populares y las tradiciones de antaño, a veces también la arquitectura o el arte contemporáneo.
Lo que me conmueve a menudo es la sobriedad de una obra, la manera en la que llegamos a expresar algo fuerte, poético y, a la vez, muy sencillo.

A veces surge de una idea, de un tema que me interesa, otras veces de una forma. Siempre llevo conmigo una libreta en la que escribo en cuanto pienso en algo, y después hago pruebas con lo que me gusta más. A veces, se resume en crear un objeto inesperado, un poco fuera de las normas. Me gustan los proyectos que traspasan las fronteras entre el arte y la función, o distorsionar un objeto precioso para convertirlo en algo muy robusto y viceversa. Hay una parte de diversión y de juego en este proceso que es muy importante para mí.

Comencé en Montreal hace unos 10 años, me formé allí. Me uní a un taller comunitario que se llama Aluminé. Me encantaba este sitio, pues aprendí mucho gracias a otros ceramistas. Se podía experimentar, era un espacio que brindaba mucha libertad.
Cuando volví a París en 2020, tuve que empezar de nuevo, pues los materiales y las técnicas no eran las mismas. Esto me permitió que mi práctica evolucionara.

J’ai toujours aimé l’idée de travailler d’autres matériaux; de trouver un terrain de jeu dans différentes pratiques d’artisanat pour y transposer mon univers. Ça m’a amenée à prendre des cours de joaillerie à Montréal, pendant lesquels j’ai imaginé des pièces à partir des formes que je travaillais à l’époque en céramique.
J’avais gardé quelques essais et l’année dernière j’ai enfin trouvé le temps de les reprendre pour en faire une collection de bagues et de boucles d’oreilles. J’ai travaillé sur une toute petite série limitée en argent et or avec l’atelier de production de la Fabrique Nomade, une association basée à Paris qui agit pour l’insertion professionnelle des artisans réfugiés et migrants en France. Cette démarche était importante pour moi.

L’exposition Studio Mumbai à la Fondation Cartier : on y retrouve un mix d’art et d’architecture, de matériaux naturels et de savoir-faire traditionnels mais dans une utilisation très moderne. C’est beau.

Cet été je serai en résidence au Château de la Haute-Borde pour travailler sur un projet plus sculptural, qui s’intéresse aux traditions populaires, aux pratiques apicoles et au vivant. J’ai hâte de pouvoir vous le partager.

Un univers solaire, sensible, de belles matières. Le style n’est jamais ostentatoire, toujours subtile. Les liens que Sessùn tisse avec la création, son engagement à valoriser le fait main et l’artisanat est quelque chose qui me touche aussi beaucoup.